Cuéntame la verdad

Rabina Ileanah Carazo

El sol estaba cayendo. El calor del día estaba cediéndole el paso a una brisa fresca. Ruth comenzó a recoger la lana con la que estaba trabajando. Dentro de su casa, todo era calma y tranquilidad. 

Viuda ahora, ella seguía viviendo en la misma casa que Boaz había construido para ella y sus hijos. Miró a través de la ventana. Aquí, en Bet-Lejem, había encontrado su lugar, y aquí también la enterrarían algún día, junto a su esposo y a Naomi…

De repente, el sonido de voces infantiles transformó su casa. Estaban llegando sus nietos Mahlón y Elimelej, seguidos de su madre, Laila. Ruth salió a recibirlos, les dio un beso y les ofreció algo de comer. 

Tras deleitarse con pan caliente con queso y aceite de oliva, Mahlón y Elimelej salieron a jugar con el resto de los niños de la villa. Laila miró a su madre, anciana y arrugada, pero fuerte y aún bella. 

Ima, le dijo; nunca me has contado la verdad acerca de tu vida. ¿Por qué decidiste quedarte con Naomi, en vez de regresar a la casa de tus padres?

Ruth se sonrió en silencio y finalmente, tomando las manos de su hermosa hija, le dijo:

Yo tenía cuatro hermanos mayores. Nuestra madre murió cuando yo nací. Mi padre me hizo responsable de su muerte…

Un día, cuando tenía 14 años, mi padre bebió mucho vino y yo traté de ayudarlo a entrar a la casa, pero me golpeó y me dijo que me marchara de ahí y que nunca volviera… Corrí hasta que mis piernas no pudieron sostener a mi cuerpo. Ah, bajo una palmera, lloré por horas, sintiéndome abandonada por mi familia y mis dioses. No sabía qué hacer…

Entonces lo vi; un joven pastor se aproximaba. Me ofreció agua y me preguntó acerca de mi dolor. Su nombre era Mahlón, un extranjero de Bet-Lejem, de Judá. Tras escuchar mi historia, me ayudó a levantarme y me condujo hasta su casa. Esperé afuera mientras hablaba con sus padres. Ellos me permitieron pasar la noche ahí. 

Era una casa humilde, pero Naomi y Elimelej, sus padres, me recibieron con amabilidad y me sentí apoyada y protegida. También Jilión, su hermano menor, era respetuoso y agradable. 

Al día siguiente, Elimelej y Mahlón fueron a buscar a mi padre y le dijeron que yo estaba en la casa de ellos. A él no le importó. Les dijo que yo no era bienvenida ahí. Elimelej decidió que yo permanecería en su hogar y que sirviera de ayuda con las labores. ¡Me sentí tan aliviada pues no tenía idea de qué hacer con mi vida!

Con el correr de los días, Naomi me enseñó las bases de su fe. Era todo tan diferente a la casa de mi padre. Pronto llegó el día en que acepté en mi interior al D-s de Israel. Jilión se casó con Orpá y luego, Mahlón y yo nos casamos. Por primera vez en mi vida, sabía lo que significaba tener una familia en la que todos se apoyan. 

Pero llegó el día en que el ángel de la muerte se enamoró de los hombres de nuestra casa. Los perdimos a todos. ¡Fueron tiempos terribles para nosotras! Primero fue Elimelej; luego Mahlón y por último Jilión. La alegría que antes reinaba en la casa desapareció. Era muy difícil para tres mujeres el mantenerse a sí mismas. Casi no había comida y la tristeza era palpable en cada rincón. 

La situación se convirtió en intolerable y Naomi decidió que había llegado el momento de regresar a Bet-Lejem, a su pueblo. Ella sugirió que Orpah y yo regresáramos a nuestras familias. 

Orpah siguió su consejo. En mi caso, ¿cómo podría yo regresar a una familia que no me quería y que no tenía nada que ofrecerme?

Naomi era mi única familia, la única persona viva a quien yo le importaba, y con ella había aprendido a perdonar y a olvidar, a creer en el D-s Invisible, a tener fe en un futuro mejor… Ella era mucho más que mi suegra, era la única madre que yo había tenido, la única mujer que me había cuidado y protegido, la única persona en la que podía confiar. 

No, no había nada que pensar. Nunca me separaría de su lado, ni viva ni muerta. El D-s Invisible, su D-s, también era mi D-s; su tierra era mi tierra; su pueblo, el único pueblo con el que quería vivir… Hice un voto frente a ella diciendo:

 “No me pidas que te deje y me marche. Iré a donde vayas y viviré adonde vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu D-s será mi D-s.”     “Moriré donde tú mueras y ahí seré enterrada. ¡Que el Señor me castigue severamente si permito que algo excepto la muerte, nos separe!

Cuando llegamos aquí no fue fácil, pero el D-s Invisible me dio a Boaz, otro hombre maravilloso como esposo, y dos hermosos hijos: Obed y tú. Ahora, ya sabes la verdad…